Los incendios provocados no son solo una noticia de verano, son una herida abierta en nuestra tierra. Una herida que se repite, se repite, se repite… que se agrava, y esto nos afecta a todos: a quienes lo viven en primera persona y a quienes lo vemos desde lejos, con impotencia. Agosto arde, arde el monte, arden las casas, trabajos y oficios. Este agosto está ardiendo la memoria rural.
Pero ¿cómo hablar de esto con los niños? ¿Cómo abrir la mente sin cerrar el corazón? El fuego por sí mismo no es algo negativo, ni podemos condenarlo por su propia naturaleza. Lo bueno de todo esto es que la infancia tiene una mirada limpia, no está contaminada por la resignación ni por el cinismo. Tampoco entienden de intereses generados, que poco importan porque aquí solo hay una cosa clara. Una niña, un niño, pueden razonar y “comprender” la situación que nos rodea si les contamos la verdad.
Cualquier niña o niño puede sentir lo que arde, si le damos palabras para nombrarlo.
Por esta razón los cuentos ayudan. Ayudan a mirar el fuego sin miedo pero con una mirada crítica hacia quienes los provocan con fines en absoluto permitidos. Nos ayudan a entender que no es solo fuego, sino un síntoma: algo va mal, muy mal. Detrás hay abandono, descuido, intereses, dolor y pérdidas que son patrimonio de todos (personas, animales y plantas) de un valor que nunca se podrá reemplazar. Nunca.
A partir de aquí, de esta verdad que pienso, de la que estoy convencida y que seguro tú compartes, las lecturas pueden ayudarnos también a imaginar soluciones. Un cuento no apaga incendios, que conste, pero sí que nos puede abrir la mirada y nos llama a cuidar lo que es nuestro… ¡qué curioso que tengan que recordárnoslo!
Solo a través de la educación podremos defender lo que aún no se ha quemado.
No se trata de dar lecciones… o sí (a ciertos valores); pero que sean lecciones vivas, reflexivas, compartidas porque defender el campo es defender la vida. Si queremos que los más pequeños lo entiendan, solo podremos hacerlo hablando claro. A lo mejor, si lo hacemos así, nos sorprendemos y somos nosotros mismos los que, finalmente, comprendemos la situación y exigimos actuar.
Sin dar muchas explicaciones porque lo comprendes mejor que nadie, hoy traigo tres lecturas para abrir los ojos al fuego desde la infancia.
📘 Nada de nada – Julien Billaudeau (Editorial Tramuntana)
Este libro es una invitación a mirar lo que creemos vacío. ¿De verdad no hay nada de nada? La historia comienza en un paisaje aparentemente deshabitado, pero poco a poco descubrimos que hay vida, árboles, equilibrio. Hasta que llega el Sr. C. Una lectura que nos hace reflexionar en cómo construimos, cómo ocupamos, cómo arrasamos (en muchas ocasiones).
Ideal para abrir conversaciones sobre urbanismo, expansión y respeto por lo que ya existe.
📗 Esperando el amanecer – Fabiola Anchorena (Editorial Kalandraka)
Aquí el fuego no se nombra, pero se siente su calor. La selva está envuelta en oscuridad, el negro funde las páginas de este álbum que es pura poesía, no en vano fue Premio Compostela en 2022. Los animales esperan, buscan, huyen. El texto está cargado de propósito, pero no hace excesivo ruido, es casi casi silencioso. Las ilustraciones lo dicen todo: la noche, el resplandor del fuego, las expresiones de los majestuosos animales.
Esta es una lectura que permite hablar del fuego desde la emoción, desde la pérdida y la continua regeneración de la naturaleza.
📙 El bosque es nuestra casa – Sara Fernández y Sonia Roig (Editorial A buen paso)
Aquí va una valiosa guía. Esta propuesta de Sara Fernández y Sonia Roig nos abre una puerta al conocimiento del bosque, nos adentramos en su funcionamiento, sus ciclos… porque entenderlo es esencial para poder cuidarlo. Escrito e ilustrado por dos ingenieras de montes, cada detalle tiene buen significado. Es perfecto para leer en familia o en el aula (ten en cuenta que está recomendado a partir de los 8 años). De nada sirve que eduquemos en el respeto a la naturaleza si no la vivamos y la experimentamos. No como obligación, sino porque formamos parte de ella y es un juego continuo.
Leer es sembrar. Así que hagamos un esfuerzo por transmitir nuestras realidades, en plural, no solo la que se vive en la ciudad sino también en el campo. No sé si la tierra tiene voz pero lo que está claro no es que no esté gritando, eso no ocurre, lo verdaderamente increíble es que con tanto incendio sin poder controlar… nos estamos gritando a nosotros mismos.
Si leer es sembrar, plantemos algo… aunque sea una idea.
Nos vemos en la siguiente página.