Perica,
que así se llama porque pica,
salió al campo
y de flor en flor el néctar fue recolectando.
No podía relajarse
pues el cielo oscuro estaba aquella tarde.
Sonaba a tormenta
y Perica, con taquicardia tremenda,
voló hacia la pradera.
«¡Que los truenos me dan miedo!
¡Que los truenos mucho suenan!
¡Que los truenos no me dejan
ni volver a mi colmena!»
Se lamentaba la abeja
cuando la lluvia hizo acto de presencia.
Menos mal que vio una granja
y tan pronto como pudo, metió a resguardo sus alas.
Perica esperó
y esperó,
hasta que la tormenta de rayos y truenos pasó.
Al fin se fueron las penurias,
cuando de pronto… todo quedó a oscuras.
«Pero ¿qué pasa aquí?
Pero, ¿qué broma es esta?
¡Sólo a mí se me ocurre
meterme en la cerradura de la cancela!
Se apresuró la abeja
a salir con ligereza,
no sin antes darle un buen susto a la granjera.
Buf, la llave tenía en la mano,
la llave tenía dispuesta
para abrir sin piedad el viejo candado de la puerta.
Perica respiró aliviada,
a punto ha estado de morir aplastada.
Y ya de camino a casa
la abeja canturreaba:
«¡Al fin veo el arco iris y su estela rayada!»