«…río feliz que enlaza y desenlaza
un momento de sol entre dos álamos…» ARCOS | Octavio Paz
El verano es la estación del tiempo suspendido, las semanas se alargan y parece que no terminan nunca (al menos si no se está de vacaciones). Estos días de calor dejan huella en nuestro cuerpo y en nuestro estado de ánimo, obviamente esto ocurre porque somos parte de la naturaleza y en ella, el verano es tan obvio y universal como la sed. Con septiembre va tocando su final, pero aún estamos a tiempo de rescatar cositas que lo salven, este es un periodo donde lo cotidiano se entrelaza con lo extraordinario y los placeres más tediosos —como el sol que arde en la piel, el sonido casi incesante de las cigarras o una tormenta de verano, que asombrosamente nos parece molesta— se vuelven en experiencias llenas de significado. En medio de esta calma estival, tan pesada de vez en cuando, surge la oportunidad de descubrir grandes lecturas en libros pequeños.
La quietud y belleza del verano están muy presentes en en este esta propuesta que hoy te traigo, un librito que trae una felicidad desapercibida. Todos los días son buenos, escrito por Masakazu Hara e ilustrado por Eriko Ishikawa (ed. Pastel del Luna) es una obra que invita a vivir nuestros presentes, sin mucha más aspiración. A través de una narrativa sutil pero profundamente evocadora, su autor nos hace testigos del encuentro entre dos personajes que, a primera vista, podrían parecer normales, pero que si te fijas en cada línea de la narración, te darás cuenta que poseen una riqueza interna que desafía las convenciones. Este pequeño álbum despliega cuatro cuentos, casi poéticos, confrontándonos con la simplicidad de la existencia y llevándonos a cuestionar nociones muy arraigadas en la sociedad: ¿qué es la felicidad? ¿Qué condiciona mis decisiones diarias?
Si me acompañas, veremos cómo ambos autores utilizan el minimalismo narrativo para tejer una historia cargada de significado y emoción que dejará huella en ti como ha dejado en mí.
Todos los días son buenos es una serie de cuatro historias que giran en torno a la amistad entre Conejo y Erizo. A través de sus encuentros, descubrimos cómo sus diferencias no solo los complementan, sino que los enriquecen mutuamente y benefician a su entorno. Cada una de las historias da vueltas sobre ellos mismos, Erizo y Conejo se conocen en el río, en su frontera natural que les une y separa al mismo tiempo; la frontera natural de muchos países y culturas, por otra parte. Lo que comienza con una comparación acaba siendo la unión de ambos amigos y dará lugar a algo común mucho más valioso.
Le siguen un par de relatos en los que vamos conociendo a cada personaje: cómo hablan, cómo escuchan, qué necesitan, a qué temen o incluso qué temores deciden por ellos, cada día, sin darse cuenta. A estas alturas del libro ya sabrás quién es quién y cuando lo hayas hecho comenzarás a leer la cuarta y última historia deseando que vuelva a empezar o no se acabe nunca la amistad entre Erizo y Conejo.
No se puede pasar por alto la elección de los animales para esta lectura. El conejo es un símbolo mucho significativo e importante en Japón. En el folklore japonés, se asocia con la luna y junto con otras interpretaciones, está relacionado con la agilidad y la astucia. El conejo representa la rapidez mental y la capacidad de adaptación.
Menos importante dentro de la cultura japonesa se encuentra el erizo pero, si aparece, suele simbolizar protección debido a sus púas. Su capacidad para defenderse y protegerse en situaciones difíciles puede representar la idea de una defensa activa contra amenazas, así como la necesidad de ser cauteloso.
Si lees Todos los días son buenos, te darás cuenta rápidamente del rol que asume cada personaje dentro de los relatos y cómo encajan perfectamente dentro de esta simbología. Conejo, más ágil de pensamiento, mira la vida desde un punto de vista flexible, sacando el lado positivo a toda situación, por más contraria que parezca. Sin embargo, con otras virtudes, el personaje Erizo se nos presenta temeroso, incluso supersticioso, siempre «a la defensiva».
En lo personal, me sorprende la manera en que ambos autores (escritor e ilustradora) usan la naturaleza, no solo como un telón de fondo, un mero escenario o un bonito paisaje, sino que la usan como un elemento narrativo esencial que conecta a los personajes y refleja sus emociones. Además, la elección del autor en sus expresiones y la elección de su ilustradora de no recurrir a colores ni detalles recargados refuerza el mensaje central de la obra, o al menos con el que yo me quedo: la verdadera comprensión y el valor se encuentran irremediablemente dentro de nosotros.
Todos los días son buenos me recuerda a otros títulos que se abordan con una delicadeza similar, como El viento en los sauces de Kenneth Grahame, donde la naturaleza también juega un papel crucial en la relación entre los personajes. Además, la capacidad de Masakazu Hara para transmitir mensajes profundos a través de la sencillez me trae a la mente las enormes obras de Leo Lionni, cuyos cuentos también celebran la belleza de lo cotidiano y la importancia de la aceptación. Seguro que te suenan sus álbumes: Nadarín, El sueño de Matías, Su propio color, La casa más grande del mundo, Pequeño azul y Pequeño amarillo… Pues me pasa un poco lo mismo con estas historias, manteniendo las distancias estilísticas de cada autor, por supuesto.
Una parte importantísima del equilibrio que mantiene este libro, en todas sus vertientes, seguramente se deba a sus traductores, mención que requieren Yumi Hoshino y Pato Mena. Ese trabajo que nunca se ve pero que, sin embargo, está en contacto permanente con los ojos y mente de cada lector. De 10.
Dicho esto, Lionni y los colores van de la mano; sin embargo, en este caso, Eriko Ishikawa prefiere utilizar formas básicas y líneas suaves, en blanco y negro, que reflejan la esencia de los personajes y los escenarios sin distraer al lector. Su claridad y pureza realzan el mensaje haciéndolo fundamental ya que es el lector quien interpreta y siente la historia como algo personal.
No me extiendo más, está a punto de caer una buena tormenta de verano, Todos los días son buenos (sí, todos) es una lectura que merece ser leída, compartida y bien guardada, por eso hago lo propio y la coloco en esta estantería virtual que compartimos. En este verano tan diferente para mí, quiero asegurarme de volver a leer las historias más pimienta. Así que te animo a hacerte con este librito maravilloso del todo; lo tienes disponible en cualquier librería, en la tuya del barrio seguro que si no lo tienen ya, te lo traen en tiempo récord. Pero si te apetece echarle un vistazo antes de llevártelo a tu biblioteca de casa, búscalo en las bibliotecas públicas, verás como todo lo que aquí te cuento es palabra de librera (por más que sea bibliotecaria). ¡Lecturas pimienta, oigan: pequeñas, potentes de sabor y divertidas pues sabes que pican!
Gracias por haberme acompañado en la charla, ¡feliz lectura! Nos vemos en la página siguiente.