Coral

PIN

Duden que aquí todo es posible.
Duden, que aquí todo es posible.

Permítame el lector recordar aquí la historia que una vez me contaran mis abuelos. Peco de memoria leve y temo olvidarlo todo. No sé si sonará inverosímil, pero lo cierto es que todo cuanto voy a narrarle pertenece al mundo que no conocemos y por tanto, es absolutamente real. Al lado del pino sin piñas del lago dorado del bosque del mundo que no conocemos, se encontraban dos ciervos luchando por razones desconocidas. Ambos ciervos, compañeros de paseos y largas tertulias, peleaban con brutalidad chocando sus fuertes cornamentas. De todos los rincones del bosque llegaron animales, alertados por los ruidos.

La orilla del lago era un hervidero de animales insólitos, cada uno soltando sus verdades a los cuatro vientos, vociferando resultados y discutiendo con el animallilo de al lado. Pero todo aquello quedó en silencio cuando sonó el gran crujido. Los ciervos que peleaban, con los ojos más abiertos del mundo, se separaron al ver cómo sus maravillosas cornamentas de hueso se rompían en mil pedazos con enorme estruendo. Todos los animales se fueron y los ciervos quedaron enmudecidos en medio de la orilla del lago dorado. Asustados como estaban, decidieron caminar hasta la gruta del búho diurno:

—Volverán a crecer en cinco meses —dijo el búho—. Mas de aquello de comáis será el material con el que crezcan; cuidaros del alimento que da el lago dorado o de coral serán para siempre vuestras cuernas —desde luego no puede decirse que el búho diurno construyera bien las rimas, pero tenía mucho de sabio.

Abandonaron los ciervos la gruta y siguieron sus vidas en el bosque. Uno de los ciervos, fascinado por la idea de tener cornamenta de precioso coral, no pudo reprimir la ambición y se instaló al lado del lago. Allí vivió y se alimentó durante cinco largos meses, al cabo de los cuales fue a descubrir su reflejo en el agua. Nada parecido se había visto nunca ni en aquel bosque ni en ningún otro rincón del mundo que no conocemos.
 
Una enorme cornamenta de coral rojo se abría paso en el aire, ensalzando su rostro. El ciervo se sentía y, efectivamente, era único en su especie. Lleno de orgullo decidió volver a la espesura del bosque, donde todos le miraban con verdadero deslumbramiento. Todos, excepto el que fuera su compañero y más tarde oponente, cuya cornamenta de hueso había vuelto a crecer tan normal como lo fuera siempre.

El ciervo de coral, que así se le llamó en el bosque, era respetado por todos y de él se contaban historias maravillosas (mentiras nunca desmentidas por vanidad) a las generaciones más pequeñas.

Un día de paz sonó un enorme disparo; la presencia humana hacía presagiar lo peor. Un grupo de cazadores, vilmente armados, recorría el bosque entero en busca de su próxima pieza. Los ciervos huyeron, se avisaban unos a otros y todos se dirigían hacia lo más alto de la montaña blanca. Dos de ellos atajaron por la ladera y se apresuraban con agilidad para llegar a resguardo, hasta que se toparon con uno de los cazadores. Frenaron de golpe, asustados intentaron dar marcha atrás pero pronto el círculo de rifles se cerró ante ellos. Los ciervos se juntaron, se miraron a los ojos pero sólo uno de ellos exhaló el gran bramido.
 
Hoy, en la blanca pared del ornamentado salón del gran palacio del mundo que no conocemos, se sigue exhibiendo un hermoso ciervo de cornamenta majestuosa de rojo coral; el único en su especie. Se rumorea que aquellos infames cazadores amasaron una gran fortuna a costa de su gran hallazgo aunque después la vida y el tiempo les cazó a ellos.
 
El ciervo de coral, un segundo antes de bramar por última vez, se acordó del búho diurno y pensó: ¡qué decisión tan mala, amigo!

 

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