La merienda del parque

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El humor y la curiosidad son la más pura forma de inteligencia.
| Roberto Bolaño

Todo mago tiene un truco imprescindible en el que hace florecer su chistera. Es lo normal porque las chisteras están llenas de cosas invisibles que sólo vemos al despertar de lo extraordinario.  Lo peculiar es que la magia se encierre dentro de una mochila. ¿Me crees? Puedes creerlo, pero no es lo único maravilloso que sucederá dentro de este cuento. Agarra bien el bocadillo y el zumo porque puede que haya alguien más invitado al banquete. Bienvenido al cuento: La merienda del parque, de Pablo Albo y Cecilia Moreno, publicado por Narval Editores. 

Grande, con fondo blanco, resumida a líneas de colores que se cruzan con líneas negras y, para colmo, llena de criaturas escondidas. Así me saluda esta historia, dándome una de las cosas que más me motivan a la hora de leer un cuento: curiosidad.  

Tengo una bonita obsesión con las caras escondidas, con ese fenómeno que se ensambla dentro de nuestras cabezas y que llamamos pareidolia. Me gusta andar por la calle y saludar a los seres inmóviles que voy encontrando a mi paso, me chifla cuando encuentro alguno allí donde no lo espero. Es un juego que comparto con un montón de personas en el mundo, ¿contigo quizás? Si respondes que sí: rápido, tienes que hacerte con este cuento porque va a hacer las delicias de tu lectura. Desconozco si la ilustradora puso esas caritas en sus dibujos con toda intención aunque quiero creer que no, quiero creer que yo veo algunas pero que todo cambia según el observador. 

En cualquier caso, aquí está todo lleno de vida, árboles que miran de reojo, animalillos que sorprenden y desfilan, personajes que están escondidos y otros que despliegan sus alas delante de nosotros para revolotear juntos.  

Este cuento es una chistera llenita de magia, como en el truco del mago, ese de aparecer y desaparecer. Un ir y venir dentro de un visto y no visto.  Hay que fijarse bien en cada detalle de estas páginas porque, de verdad se cumple: ahora lo ves, ahora no lo ves. 

Alberto es un niño que anda por la calle despreocupado, seguramente fijándose en todos los detalles que nadie ve de la calle principal, la que conduce al parque. Lleva en su mochila, como guardada en secreto, una suculenta merienda. Rica, de colores (porque la comida rica es de vivos colores) y toda para él. Va a comérsela, pero cuando la saca de la mochila… un parque que parece tener nariz para oler y ojos para ver se despierta. 

Las miradas de todo ser vivo que habita en el parque, árboles incluidos, se dirigen al pequeño Alberto. Y aquí las páginas comienzan a estirarse, y estirarse, y estirarse… hasta que dentro de ellas pueden caber 75 gorriones (¿no te lo crees?, cuéntalos) dispuestos a beberse el zumo de melocotón de Alberto, aparecen todos puestos en línea de «ataque» para sorber el dulce manjar con sus 75 pajitas (¿no te lo crees?, cuéntalas). 

Cada vez que el niño saca algo de comida, su mochila va vaciándose y el cuento se agranda para dar cabida a todo tipo de animales y personajes que salen desde cualquier rincón y por sorpresa, dispuestos a devorar toda la merienda. 

Lo que aparece y desaparece, lo que parece y lo que es

El argumento de La merienda del parque no puede ser más sencillo, como tampoco pueden serlos sus ilustraciones. Cecilia Moreno juega con las formas, simplificándolas más y más hasta llegar a la geometría más básica. Y este juego se repetirá a lo largo de toda la lectura porque esta propuesta de lo que va es de jugar. ¿Qué quieres que te diga? Al final es de esto de lo que estamos hechos: de juegos, de diversión, de curiosidad, de bromas, de alegría… Y todas las «seriedades» que nos imponemos nos vienen tan grandes que, a veces, quedamos ridículos. 

Por eso me gustan los cuentos para imaginar, para reír (en este caso) a carcajada limpia con un niño, generoso y confiado, que comparte su bocadillo con los personajes más variopintos que se cruzan en su camino. Pero no sólo de diversión está fabricado este título que te recomiendo, apunta las bondades que tiene en su haber y verás como acabas por decidirte del todo:

uno| Letra mayúscula. Se agradece muchísimo poder encontrar álbumes ilustrados con letra mayúscula. La letra de imprenta es maravillosa pero los peques aprenden a leer y escribir en mayúsculas, es justo y lógico editar en este tipo de letra. Es cierto que, para hacerlo, el texto debe reunir ciertas características que no siempre pueden cumplirse en los álbumes, por eso este cuento tiene un valor añadido. Ideal para voraces lectores de 4-6 años (edad orientativa). 

dos| Geometría. Decir que las ilustraciones son geométricas es quedarse muy corto, porque si hablamos de geometría es como si habláramos de matemáticas. Números, líneas, formas sencillas que dibujan la compleja y retorcida naturaleza.   

tres| Elasticidad. Una de las singularidades que más molan de este cuento es su elasticidad, con ella se amolda la trama. Lo que aparece, lo que desaparece, lo que parece y lo que es, todo se conjuga en un formato que se agranda y se encoge según sean las necesidades de la narración. ¿Cómo explicar lo que, para mí, es un cuento elástico? (ojo, que el término es inventado y nada tiene de técnico.) Sería lo contrario de una prenda de talla única, si hablamos de moda. Un cuento elástico tiene la virtud de acoplarse al tamaño de aquello que se necesita ver; así, por ejemplo, en La merienda del parque podemos pasear tranquilamente y que, de pronto, todo explote y se haga grande para recibir a la bandada de gorriones, a los gusanos, a la abuela sin nieto y al mar con una ola menos. Y con la misma facilidad, en el siguiente segundo, el cuento se hace pequeñito, pequeñiiiiiito, tanto como parar mirar en el interior de una manzana.  

Hay quien me decía en Instagram que le tenía ganas a esta historia, pues bien, mi consejo es que os lancéis de lleno a por este cuento. Merece la pena de principio a fin, una delicia para toda la familia que permitirá devolver a la lectura el grado de «diversión máxima» que (de vez en cuando) nos empeñamos en quitarle. Un cuento del que puede presumir Narval Editores y sus dos autores; enhorabuena Pablo y Cecilia, gracias por hacer que vuelvan a mi memoria las tardes de bocadillo en el parque que había debajo de casa. Sobre todo, gracias por hacernos el trabajo muy muy fácil. 

Nos vemos en la siguiente página. 

¿Quieres más lecturas?

  • GRASSA TORO, CARLOS  y MORENO, CECILIA (2015): Ya. Nunca, editorial A Buen Paso, 48p.
  • ALBO, PABLO (2014): Ruido, Narval editores, 44p.
  • VAN HOUT, MIES (2017): Aventuras en el parque, Fondo de Cultura Económica, 32p.
  • BOYER, CÉCILE (2017): GUAU Miau Pío pío, Tramuntana, 46p.

 

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