El día en que los claveles se suicidaron corría el año nosécuántos en la ciudad de nointeresa. Aligeré el paso porque llegaba tarde; que lloviera y no tuviera paraguas era algo soportable.
Al pasar por debajo del balcón lo vi. Me paré y levanté la mirada hacia las macetas de aquella terraza.
Amenazaba con lanzarse al vacío, con sacudir el soporte de un final ya anunciado. Se avecinaba tormenta y yo esperé mientras él vacilaba. Entonces dijo:
–Si me tiro, que haya guerra.
Esperé y nada.
–No te atreves, no merece la pena.